martes, 14 de febrero de 2017

En recuerdo de los hombres nobles- Por Alicia Mariscal Ortega



   Se avecinan fechas muy significativas y me embarga una fuerte melancolía, con ella, la nostalgia . En febrero cumpliría cincuenta y dos años de mi matrimonio con Jorge Yapur, quien fue mi compañero de toda la vida y que tanta falta me hace. Luego, en abril, los cumpleaños de mi hija Alicia y también el de mi viejo (y aquí se me recrudece aún más el sentimiento), porque estos días los celebrábamos con gran calidez y alegría, misma que compartíamos con nuestros más cercanos amigos; ya desde la espera de mi hija Alicia, pues ella reside en Guadalajara, se sentía una gran emoción en la casa y los días parecían más largos hasta su llegada, ésto se acrecentó mucho más cuando nació su hija, mi nieta Sdagia, al grado que mi esposo me preguntaba constantemente “¿cuándo llegan las niñas?”.

   Aunado a este sentimiento, me viene el recuerdo inolvidable, y no carente de tristeza, del ingeniero Heberto Castillo, personaje por quien sentí siempre (y hasta la fecha) una profunda admiración y gran respeto, por la gran calidad moral y congruencia de sus ideales políticos, ésto lo hacía muy cercano a mi manera de pensar y de ver el mundo. Lo menciono porque él fallece en 1997, justamente un cinco de abril, fecha en que mi hija Alicia cumple años, vaya ambigüedades que nos da la vida, quizá el sentimiento sea distinto con respecto a los afectos, pero la sensación de tristeza permanece.

   Conocí personalmente a Don Heberto Castillo en 1987, previo a la campaña presidencial del 88 y que posteriormente declinaría su candidatura en favor del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas. Comento esta acción del ingeniero porque considero que el valor de lo que es la entereza, la decencia y la innegable generosidad quedan perfectamente reflejados en dicho acto.

   Una mañana, muy temprano, mi amigo Pepe Ortiz me llama por teléfono para pedirme que fuera al aeropuerto en ese momento a recoger al ingeniero Heberto Castillo y que lo acompañara durante su estancia en el puerto (En pocas palabras que fuera su chofer y guía), evidentemente me agradó mucho la idea y accedí de inmediato a su petición, experiencias como estas se presentan muy pocas veces en la vida. Yo sabía del ingeniero Heberto Castillo desde años atrás por sus colaboraciones como columnista en la revista PROCESO, conocía de su integridad política, de su capacidad como científico y por sobre todo de su lucha para que en este país hubiera justicia social.

   Como nunca antes, ese día el avión llegó puntualmente; para mi sorpresa me encontré con un hombre de recio aspecto, muy fuerte y que nada tenía que ver con la persona que veía en televisión y en las fotografías, y aún más agradable para mí, su sencillez y su amabilidad.

   Durante el trayecto le expliqué la logística y el itinerario de ese día, tenía que dar un discurso en la plaza “Hijas de Tampico” y encabezar una marcha por el centro de la ciudad, era indudable que yo no me quedaría con las ganas de hacerle una especie de entrevista que más bien fue un interrogatorio general sobre sus vivencias y su percepción de lo que sucedía políticamente en el país, le pregunté sobre su apoyo a la lucha ferrocarrilera, a la de los maestros normalistas, a la de los médicos, por supuesto a su participación en el movimiento estudiantil de 1968 , también, muy prudentemente,  le pregunté cómo fueron esos dos años de encierro en Lecumberri; de entre todos estos cuestionamientos también me interesaba saber acerca de su amistad con el obispo Sergio Méndez Arceo, ya que me parecía paradójico y honestamente tenía la curiosidad, de cómo un hombre de izquierda podía llevarse sumamente bien con un hombre del clero, se sabía que eran grandes amigos; su respuesta fue contundente “Alicia, el Cura Méndez Arceo es como un hermano para mí, precisamente él me visitó continuamente mientras estuve encarcelado y jamás me dejó solo, él es un hombre muy comprometido con su causa, coincidimos en muchas luchas sociales y estamos de acuerdo en muchos aspectos…”

   Fue toda una gran experiencia conversar con el ingeniero Heberto, saber de su propia voz parte de esa historia, en muchos aspectos, casi clandestina de la vida incansable y azarosa por perseguir sus ideales sin perder sus principios. Ya entrada la tarde lo llevé rápidamente al aeropuerto porque su avión estaba a punto de salir, afortunadamente llegamos sin inconveniente alguno. Ya en el área de abordar se despidió de mí con mucha gentileza y una afabilidad como si me hubiera conocido de siempre, al verlo alejarse me quedé con la satisfacción , entre varias cosas, de haber conocido a una de las personalidades más importantes de nuestra historia contemporánea.

   Años después volví a verlo un par de veces, en una plática que impartió en una universidad local y otra en una reunión política, en ambas me reconoció; esa cordialidad y humanidad me llevan a reflexionar sobre las palabras que escribió cuando falleció su amigo el Padre Sergio Méndez Arceo.

   “Todos los seres nobles y buenos nos dejan la semilla de la libertad y la dignidad, cuando mueren seres como ellos, no los enterramos, no los incineramos, están sembrados en la conciencia del pueblo”.

Yo acotaría: “También Usted Ingeniero, también Usted”

Dedicado al Lic. José Ortiz Rosales

Por Alicia Mariscal Ortega

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