viernes, 20 de enero de 2012

Del mito al ícono - Antonieta Rivas Mercado



 “Antonieta no tiene sino un tono de voz y un tono de espíritu. Es inflexible. Ha encontrado una manera de mover las manos mientras habla que encaja perfectamente con su suavidad inflexible. Suave pero inflexible. Me enfadan las personas que no pueden respirar sino un aire trascendente. A Antonieta quisiera verla dejar de ser ella (o lo que ella cree ser) en alguna ocasión. Creo que no podrá. Me arrepiento de escribir ésto, pero no porque lo piense injusto sino porque a Antonieta prefiero quererla que juzgarla” 
Javier Villaurrutia


Antonieta Valeria Rivas Mercado ,a dos meses de cumplir los  31 años  se suicidó disparándose una bala en el corazón a las 12 :30 a.m. , dentro de la Catedral de Notre Dame en París , un 11 de febrero de 1931 .

Hija de Antonio Rivas Mercado —arquitecto constructor del monumento a la Independencia, mejor conocido como El Ángel—, Antonieta nació con el siglo (1900) y vivió intensamente las turbulentas primeras décadas: asi como el amor que sintió por un hombre. Sufrió la Revolución Mexicana, fue compañera sentimental de José Vasconcelos y se embarcó en cuerpo y alma en la campaña presidencial luchando con él durante su candidatura y enfrentando a Pascual Ortiz Rubio en 1929, perdiendo después las elecciones a causa de un fraude electoral

¡Qué irónica y cruel es la vida! José Vasconcelos integró el relato de la campaña escrito por Antonieta en el volumen de sus memorias titulado "El proconsulado",mencionando de paso que la autora es una tal “Valeria” y alternando sus esmeradas y exaltadas palabras con el informe insulso de un ex vasconcelista norteño. Con el más desenvuelto estilo canibalesco, Vasconcelos no le dejó a Antonieta ni siquiera la opción de firmar su obra con su propio nombre, como ella lo deseaba, para que lo mejor y lo peor le fuera adjudicado.

Es cierto que Antonieta nunca terminó sus novelas y tampoco concluyó sus proyectos de traducción al inglés de la obra de su amigo Federico García Lorca.  Lo paradójico es que, si bien falló a Antonieta su vocación de novelista, el relato de esta derrota hizo de ella una de las más célebres escritoras epistolares en el México del siglo XX .

Fundó el Teatro Ulises, formó y financió el patronato para la Orquesta Sinfónica de México bajo la dirección de Carlos Chávez. Fue mecenas de personajes como Andrés Henestrosa, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Gilberto Owen, Celestino Gorostiza, María Teresa Montoya, Roberto Montenegro, Julio Castellanos, Lupe Medina de Ortega, Clementina Otero, Carlos Luquín, Jiménez Rueda y el pintor Manuel Rodriguez Lozano, su amor platónico.


La singularidad de Antonieta reside en el paso suplementario que siempre dio para rebasar la sola condición de mecenas generosa y desinteresada. Si había que crear un teatro moderno en México, Antonieta no solamente alquilaba y acondicionaba un local en la calle Mesones, sino que además participaba en la traducción de las obras, en la puesta en escena, en la actuación, en la elaboración del vestuario, en las conferencias de prensa y hasta en la elección del coctel la noche del estreno. Ninguna otra dama de su época, por más mecenas que fuera, se hubiese atrevido a figurar con semejantes desafíos que la sociedad calificaba de desplantes. Los mecenas prefieren el recato de los palcos; Antonieta ansiaba la luz de los escenarios.


Le parecía poco el papel de comparsa anónima; siempre quería firmar con su puño y letra cada acto de su dramático destino. Y hasta para su suicidio, se deparó una actuación sin par y un escenario único, sublime, inolvidable.

El tiempo invirtió la huella de Antonieta en la historia de México: del dominio público que habitó en vida, la muerte pasó a inmortalizarla en el dominio privado de las pasiones. Una vertiginosa voltereta tan irónica y quizá cruel como la vida misma. “Mire mi letra, Manuel, no tiembla”, escribía Antonieta en una carta. Tampoco tembló su mano a la hora de su muerte. No sabría decidir si la vida de Antonieta me parece lograda o fracasada. A ratos, admiro sus empeños intelectuales, pero desapruebo su obcecación sentimental y en otros, comparto su búsqueda innegociable del amor absoluto, de su “camino de perfección”, y condeno su falta de empecinamiento en sus empresas artísticas. Sobre todo, me enoja que no se tomó el tiempo y el trabajo de cumplirlo que anunciaba a propósito de un libro de Margarita Nelken en diciembre de 1927: “cuando una mujer escribe sobre problemas femeninos, esperamos encontrar trazas de un estudio autocrítico. La mujer analizada por sí misma proyectaría luz sobre un oscuro capítulo de la psicología. La esencia de la mujer yace en sus rasgos diferenciales y ella es la única que puede definirlos. ¿Cuándo veremos iniciar esa labor?”. 

Hubo que esperar varias décadas antes que escritoras modernas retomaran la iniciativa de Antonieta. De haberlo hecho ella en su época, probablemente nos hubiésemos ahorrado muchas sandeces sobre la naturaleza femenina. No puedo garantizar que la escritura de semejante estudio, tan próximo a la autobiografía o la autoficción, la hubiese curado de sus padecimientos psíquicos, pero es posible. 

Si no cumplió la obra narrativa que era legítimo esperar de ella, en cambio hizo del arte epistolar su principal legado a las generaciones que le siguieron. Sus misivas son el imán que atrae a los lectores hacia su persona y su destino. Las cartas a Manuel Rodríguez Lozano constituyen la parte medular de la correspondencia. El hecho de que él las haya conservado durante muchos años antes de confiarlas a su discípulo Nefero, quizás indique que la quería más de lo que sus reiteradas reticencias darían a pensar. Lo cierto es que Antonieta escribía dilatadas cartas los domingos. Tal vez odiaba ese día que se entromete como un paréntesis hinchado de tedio en el ajetreo de la semana, y lo llenaba dejando correr la pluma sobre las hojas casi siempre destinadas al pintor. Tal vez escribirle era como hablar consigo en voz alta, repasar una y otra vez las razones de su imposible devoción y los pasos hacia su “camino de perfección”.
Nunca nadie conoció las respuestas de Rodríguez Lozano. Más bien se antoja que, mientras convivieron en la Ciudad de México, sus réplicas fueron verbales, a juzgar por las veces en que Antonieta alude a su última “conversación” o a su “última confesión”. 



Pese al fervor reiterado, no siempre Antonieta jugaba limpio y sus declaraciones de amor podían ser simultáneas con otros devaneos que alimentaba para despertar los celos del pintor o desprenderse de la enfermiza adicción. En ambos casos, los intentos eran vanos, tanto por las preferencias sexuales del pintor como por las recaídas de la amanuense. Sólo el tiempo, la distancia, el arrebato de José Vasconcelos y la precipitación de los meses finales lograron mitigar la devoción de Antonieta hacia Rodríguez Lozano y situarlo en la adecuada calidez de la amistad. A través de toda su correspondencia que nunca imaginó que algún día se haría pública.

Antonieta se retrata, se inventa, se confiesa como en pocas páginas de su Diario. Son escasos los años que cubre la correspondencia y la intensidad de sus desvelos semeja la carrera de un tren encarrilado hacia un barranco.

Asimismo, en más de una ocasión, Antonieta había redactado el diagnóstico de su propio mal de vivir sin precisar la causa y las causas de sus dolencias, ni señalar a responsables o culpables, y tampoco sin pegar una etiqueta clínica a su estado. La acuidad de su capacidad de autobservación es tan notable que uno se pregunta por qué las personas con ese don de diagnóstico no tienen asimismo el talento para remediar sus padecimientos.


Así, en una carta a su hermana Amelia, contrasta los dos temperamentos:


No te comprometas en serio, pero diviértete. Yo nunca he sabido hacerlo, para mí la vida ha sido sufrimiento y trabajo, éste mi diversión y alivio; nunca he podido llevar el alma ligera, siempre me ha ido pesando algo y en verdad, a nadie le deseo destino semejante. Tú tienes mejores disposiciones que yo para ser feliz, aprovéchalas. Yo, en vista de una realidad espiritual que sola percibo, he ido rompiendo con mi comodidad, con mi medio. Parece que me persigue y atormenta algún tábano, porque nunca he deseado mi satisfacción. Afortunadamente tú no eres así. Tú sabes ser feliz, gozas de las cosas buenas que la vida te ofrece sin inquietarte por lo imposible.

Referencias

“Antonieta”, de Fabienne Bradu. 
"A la sombra del Ángel ", de Katherine S. Blair.
Memorias de Antonieta Rivas Mercado . Letras Libres

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1 comentario:

  1. Apasionante la vida de ella y de su familia en un Mexico turbulento y con un renacimiento en las artes y la literatura, vida digna de una novela y de ser contada en una pelicula, asombroso ver como las circunstancias se conjuntan para matizar el caracter de una persona para sobresalir en su entorno y en su tiempo, simplemente facinante.

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