sábado, 23 de junio de 2012
La Caravana del Hambre - Por Raúl Sinencio Chávez
Dignidad y valentía reflejó la Caravana del Hambre. Obreros de Coahuila decidieron protagonizarla al mediar el siglo XX. Sus rutas tocaron poblaciones tamaulipecas, donde el apoyo solidario remarcó un episodio que se resiste al olvido.
PRESENCIA
Los mineros de Nueva Rosita, Coahuila, afrontaban terribles condiciones laborales. Por esto, al declinar 1950 emplazaron a huelga. Hicieron lo propio sus compañeros de Cloete, asentamiento cercano. Unos y otros trabajaban para una subsidiaria del consorcio estadounidense American Smelting and Refining Company (Asarco). Demandarían sólo aquellas prerrogativas consagradas por la Constitución.
En vez de respaldarlos, los dirigentes nacionales del sindicato les dieron la espalda. Peor aún: conseguirían que la empresa abandonara las pláticas de avenencia. Sin mínimo decoro, las autoridades del ramo apretaron la pinza, al valerse de argucias legaloides y declarar inexistente el conflicto obrero-patronal que estaba planteado.
Amparándose en la Carta Magna, los mineros suspendieron actividades. El mundo se les vino encima. De inmediato, destacamentos castrenses ocuparon Nueva Rosita y Cloete. Dejó la cooperativa de venderles, no obstante que los trabajadores eran socios. Les negarían el servicio médico y sus hijos tuvieron que abandonar la primaria. Artistas, intelectuales y organizaciones independientes les enviaron víveres. A entregarlos acudió Esperanza López Mateos, cuyo hermano Adolfo luego fue presidente de la República. Pero doña Esperanza sería también hostilizada por el comandante de la plaza. “Su presencia en este lugar puede acarrearle dificultades”, le dijo.
CONTRASTES
Los huelguistas decidieron entonces iniciar la Caravana del Hambre. Acompañados de esposas e hijos, el 20 de enero de 1951 saldrían rumbo a la capital mexicana. Buscaban entrevistarse con el presidente Miguel Alemán Valdés para solicitarle resolver todo conforme a derecho. Avanzaron por la carretera Nacional. Recorrerían a pie 1 mil 500 kilómetros.
Tras varias semanas, en número de 5 mil alcanzaron Monterrey, Nuevo León. Desfilarían ahí bajo el extremoso invierno norteño, con la miseria a cuestas, aunque resueltos, combativos, optimistas ante la adversidad. Conmovido, el galeno Ignacio Morones Prieto, gobernador nuevoleonés, quiso intervenir a favor de los mineros. Nada obtuvo, sin embargo.
El panorama tamaulipeco, en cambio, presentaba marcados contrastes. La administración local parecía muy interesada en halagar al presidente. Tanto, que dos años atrás le concedió el raro título de “huésped de honor”. Por si fuera poco, a un municipio fronterizo en 1950 le impuso el nombre de Miguel Alemán. Y los huelguistas marchaban justo hacia dicha entidad, que acabó sorprendiéndolos.
MATRÍCULA
A Ciudad Victoria arribarían en los cierres de febrero. Cuando visitaron el “ejido Cuauhtémoc, todos los niños” del plantel, “con su maestra al frente, salieron” a recibirlos. “El jefe de la sociedad de alumnos y el jefe de la caravana se saludaron. Dos generaciones se estrecharon en un abrazo. Los niños, serios como hombres, los hombres lloraron como niños. Ciro Falcony, con un nudo en la garganta, apenas si pudo dar las gracias” al tener “en sus manos los ahorros escolares: $17.50”.
Mario Gill prosigue: “Campesinos pobres salían de los jacales […], llevándoles comida, fruta o por lo menos una expresión de simpatía”. Las “mujeres […] que no tenían qué ofrecer, dieron […] lo único que les podían dar: su bendición. […] Esa bendición del pueblo acompañó a los mineros en […] su largo trayecto”.
Entrarían a la Ciudad de México el 10 de marzo de 1951. Alemán Valdés jamás les concedió audiencia. Reprimidos, ninguneados, en ferrocarril realizaron el viaje de regreso. Muchos quedarían sin empleo, carentes los suyos de matrícula escolar y atención médica. Así, con minerales de Coahuila y salarios miserables, la Asarco incrementó ganancias durante la guerra de Corea, recién comenzada.
Publicado en La Razón, Tampico, Tamps., 22 junio 2012.
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