domingo, 8 de diciembre de 2013
Cano Manilla, tamaulipeco por adopción - Por Raúl Sinencio Chávez
Varias obras suyas las preserva el Museo Nacional de Arte. Este solo dato revela la calidad de Ramón Cano Manilla, incluso con galardones extranjeros. Veracruzano, fue su tierra adoptiva Tamaulipas, al que legaría realizaciones admirables y renombrados pupilos. Sobran motivos para rememorar a un pintor que voló bien alto.
PERSPECTIVA
De forja agrícola, hacia 1920 llega treintañero a la capital del país, redefinido por la Revolución. Inscrito en la Academia de San Carlos, el mismísimo titular Alfredo Ramos Martínez le aconseja la más avanzada Escuela al Aire Libre. Ésta pasa de Chimalistac a la hacienda de San Pedro, en Coyoacán.
Lo instruyen Leopoldo Méndez, graduado en la Academia de San Carlos, y Fermín Revueltas, proveniente del Art Institute de Chicago. Estudian con él Fernando Leal y Rafael Alva de la Canal.
Entretanto gestan el movimiento muralista José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Es “la única aportación original moderna dada al mundo por el arte de América”, resalta Luis Cardoza y Aragón. Separándose de esta tendencia, Revueltas, Méndez y Alva de la Canal se adhieren luego al estridentismo, de vena europea e interesado en el “régimen industrialista de las grandes ciudades palpitantes”, declaran.
Continúa mientras Cano Manilla tenaz enseñanza del oficio. Ello lo conduce a San Andrés Tuxtla y Monterrey. En Coyoacán atiende la Escuela de los Reyes hacia 1930. Toma decisiones cruciales y opta por el nacionalismo estético. Principia con trabajos de caballete, que preludian solvencia y estilo. Así, desde la perspectiva del México profundo, rural e indígena, crea escenas de luminosos coloridos, flora exuberante y hábiles texturas.
ESTRÉPITOS
Atrae pronto la mirada de expertos. Al cerrar 1922, en crítica difundida por El Universal, cree Rafael Vera de Córdova que aquellos óleos son de “espíritu sano y primitivo”. Cano Manilla deja sentir en realidad intenso aprendizaje. Las circunstancias le impiden por desgracia una forja universitaria, que hubiera enriquecido sus producciones.
Cuando en 1926 ejecuta “Siesta” –de aliento campirano--, escogen a don Ramón para enviar lienzos al Museo de Arte de Madrid. Dos años después concluye “India oaxaqueña”, con medalla de oro en la Exposición Iberoamericana en Sevilla. Le sigue “El globo”, que engalanará nuestros libros de texto gratuitos.
Consiguen unos cuantos llegar hasta donde Cano Manilla escala, sin estrépitos. Toma distancia respecto “al régimen industrialista”, crisálida de elites posrevolucionarias. Acaso falto de profundidad en la propuesta estilística, pinceles llenos de formas autóctonas rubrican y enfatizan los aportes de nuestro personaje a la plástica nacional.
MASA
En 1948 arriba don Ramón a Ciudad Mante, Tamaulipas. Lo invita el también veracruzano José Ch. Ramírez, gerente del ingenio e interesado en iniciativas culturales. Encabeza Cano Manilla el precursor Instituto Regional de Bellas Artes y engrosa la plantilla docente. Los alumnos Gustavo Sánchez Tudón y Jorge Yapur Sherife descuellan. Con varios cuadros, Yapur Sherife merece concurrir a Expo Sevilla 1992.
En Mante don Ramón acumula 500 metros cuadrados de murales. Nacionalismo y destreza renuevan excelente mancuerna. La Escuela Héctor Pérez Martínez, la Casa de la Cultura y la Secundaria Técnica número 2, respectivamente, albergan “Ignorancia y cultura”, “Creación de la armonía”, así como “La evolución y la vida”. Todos manejan temas de posterior actualidad: fuerza nuclear, drogas y problemas ecológicos.
A finales de 1974 en la urbe cañera fallece Cano Manilla. Colma los postulados del colega Diego Rivera, para quien “la pintura mural mexicana hizo héroe del arte monumental a la masa, es decir al hombre de campo, de las fábricas, de las ciudades, al pueblo”. Don Ramón deja sin duda lo mejor de sí a Tamaulipas, entidad adoptiva.
Por Raúl Sinencio Chávez
Publicado en La Razón, Tampico, Tamps., 6 diciembre 2013.
©2013-paginasmexicanas®
No hay comentarios:
Publicar un comentario