lunes, 15 de septiembre de 2014
Qué costumbre tan salvaje...
¡Qué costumbre tan salvaje esta
de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos
de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de
revivir.
Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?
Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la
introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras,
paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando,
amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos
derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo
dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su
muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un
río?
Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia,
con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se
levantarían a vivir.
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